Si arde

“Si arde es porque se está curando”, me decía mi mamá cuando me ponía algún cicatrizante en una herida. Entonces aprendí que, lo que arde, si bien se siente mal, tiene el poder de sanar. Las heridas de la piel pueden presentarse de maneras múltiples, ninguna es igual a la otra, y cada una encierra la historia de un momento en el que fuimos más frágiles que el peligro al que fuimos expuestas. Las sufrimos, las curamos, las tapamos y las olvidamos. Una vez, mi torpeza hizo estragos con un termo de agua caliente recién servida y, lo que era para llenar un mate, le fue cedido de lleno a mi muñeca. Decidí, categórica e impune, que allí no habría cicatriz. Gasté una fortuna en la farmacia y entre cremas, gasas y un nivel de esmero que jamás le dedico a mi propio cuidado, logré que no existiera rastro de aquella mañana dolorosa. Ahora, cuando me miro la muñeca, el manchón marrón que evité todavía existe, solo que nadie puede verlo. Y así es como aprendí que puede haber heridas invisibles en la piel, pero también, gracias al dolor de la quemadura, que se asemejó a tantos otros que mis reflejos ya conocían, comprendí que la gran mayoría de ellas habita dentro del cuerpo y su zona de confort está cercana al corazón. Quizás el calor el calor las mantiene con vida, como aprendizajes.
El problema de las heridas es que no son las únicas que habitan nuestro interior. Más abajo, por momentos dormido, a veces como hibernando, se encuentra el deseo. Y mientras está tranquilo, no genera cambios significativos. Pero cuando el deseo se ve provocado, ya sea por una canción, por una coreografía, por una mirada o por el abrazo de una compañera, se enciende. Y el deseo encendido se vuelve un motor incapaz de detenerse.
El deseo activo en nuestro interior es una fuerza sin igual que ocupa espacio, nos abarca y nos completa. Y entonces las heridas, a las que tanto trabajo les tomó acomodarse para pasar desapercibidas, quedan encerradas entre las pasiones y, como entregadas, vuelven a arder. Pero ahora y más que nunca retomo aquel aprendizaje que obtuve de pequeña, quizás con la rodilla hecha una frutilla o con algún tajo en el brazo, y recuerdo que… si las heridas arden, es porque se están curando.

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