Doña Tina, Q.E.P.D.

Doña Tina era la pastelera oficial de las tortas de cumpleaños de todos los niños de un pueblo que, contando un par de vacas y algunos yuyos, arañaba los 5.000 habitantes. Sus preparaciones no ostentaban diseños a la vanguardia ni ingredientes exóticos, y los temblores de vieja le dificultaban el manejo de la manga; pero los sabores suaves y húmedos de sus bizcohuelos combinaban a la perfección con rellenos de dulzura justa y consistencia precisa. Para evaluar la efectividad bastaba con conocer las estadísticas: los fanáticos de lo salado incluso comían una porción. En cambio, los más golosos llegaron a límites impensados. Cuenta la leyenda que el padre de Ricardito escondió un pedazo debajo de su cama y lo comió a escondidas durante la madrugada. También dicen que Mabel, la del kiosquito, encargó una torta para un «sobrino de la Capital»; y resultó que en realidad se encerró un fin de semana entero a degustar el manjar sin interrupciones.

Tina apenas contaba con un horno común y algunos utensilios antiguos. Dicen que dicen que una vez la Miranda le preguntó por la receta del mousse de chocolate y «la puteó de arriba a abajo». Lo que tenía de talento lo duplicaba en carácter, nadie se atrevía a hacer muchas consultas ni a cuestionar sus métodos. Era tal el respeto que imponía que las panaderías de la zona no vendían pasteles infantiles. «Igual nadie los compraba», dijo Catita, quien sueña con ser cantante. Ninguno jamás olvidó cuando la Juliana Rosales de Echeverría se hizo traer un gigante de cuatro pisos de la ciudad vecina. Si hasta cascada de chocolate le salía de adentro al mamotreto. «No le comimos», sentenció Elisa, y advirtió que la marea de porciones cortadas en vano terminó en el engordadero de los chanchos del Pepe.

Es que Doña Tina era emblema y patria. Y además, era justa. A los pudientes los sacudía que daba calambre, pero a los más humildes se las dejaba al costo. «Acá hay chicos que son muy necesitaditos, vistes. Entonces se las regalaba», recordó Sandra, quien aprendió a hacer las uñas y está chocha. «¡Una vez le dije de poner un local y me sacó carpiendo!», gritó Luis, uno de sus nietos, todavía alterado por el negocio con ínfulas millonarias que no pudo concretar. Es que las pretensiones de la pastelera no iban más allá de subsistir y cambiar el delantal cada tanto. A veces llegaban de pueblos vecinos con encargos, pero ella priorizaba a su gente. «Uno que era gendarme le cayó de sopetón por una torta para su hijo, y cuando ella se negó, el guapo la amenazó con el facón», susurró Estela, y agregó: «No va que la loca le tiró encima el caramelo que estaba preparando, el otro salió disparado y no se lo vio más. La vieja dice que no estaba tan caliente pero estaba caliente, mija, estaba caliente».

Tina murió el 3 de junio de 2015 a los 70 años. «Vos podés creer que guardó en la heladera la del Ivancito González y cayó redonda. Pero ahicito, ni un minuto antes. ¿Podés creer?», preguntó Arnaldo, quien no lo podía creer. Después del entierro, hubo un luto de tres días en el que se prohibió hacer tortas. De todas maneras, la Marita fue la primera que se le atrevió a la preparación, pero para ese entonces ya había pasado un mes desde el deceso. «Dizque dicen que si decís ‘Doña Tina’ tres veces apenas metés la mezcla en el horno, los bizcochuelos nunca se te queman», aseguró Angélica, y sumó: «Yo me olvidé uno por estar hablando por teléfono y, cuando volví, el coso se había apagado por arte de magia. Magia no, fe. Me salió riquísimo, el mejor que hice hasta ahora». También se cree que si uno mira al cielo y dice su nombre cinco veces, no llueve en el cumpleaños de su hijo.

«El problema ahora lo tiene el Francisquito porque era el preferido de la vieja», advirtió Juan Carlos, viudo de Tina. Todos en el pueblo conocían de memoria la historia: el chico era huérfano y vivía con su abuelo que apenas si tenía para mantenerlo. «Devoción tenía mi esposa, si lo habrá engordado. Pero ni a sus propios nietos quería tanto. Le daba lástima, pero también lo adoraba porque es buenazo. Pobrecito, qué culpa tiene», agregó, y explicó que ahora, cuando cumple años, muchas de las ex clientas le preparan una y se la llevan, como hubiese hecho la pastelera. «Ya le dije a la Marta, la que vende los productos de limpieza, que el año que viene me la traiga a mí. Pa’ qué quiere el gurí tanta torta», concluyó el viudo.

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