Pirañas en el pecho

Dedicado con amor a todas las personas que sufren apego ansioso.

Sentís el primer cosquilleo en el pecho y te convertís en la pitonisa del infierno que ya empezó a gestarse. Basta dejar por un segundo el estado de calma para entender que lo tenías, pero comenzó a derretirse en tu piel y ahora corre rápido por el piso hasta perderse por la primera rejilla que encuentra. Entre tu mandíbula y diafragma empezaron a amontonarse pirañas dispuestas a devorar tu fragilidad, y ese será solo el inicio de un menú de varios tiempos cocinado en los laberintos de tu interior.

La desesperación tiene una forma seductora y vos te la sabés de memoria porque te visita con frecuencia. Podrías describirla usando gestos y sin valerte de palabras. La reconocés de espaldas, entre la multitud, incluso con la luz apagada. Sucede que hay otra persona y tiene una vida propia. Alguien que te interesa, te despierta sentimientos profundos y te hace feliz; alguien que lo cambia todo para bien, que le pone colores a la realidad y globos a la tristeza, que marca una diferencia en el derrotero de tus historias de amor y sabe cómo encender la llama de tu esperanza.

Pero hay momentos en los que, simplemente, esa persona no está para vos. “Tiene una vida”, la frase que te cansaste de escuchar de la boca de los demás y que te hace sentir profundamente humillada. Esa oración que no es noticia y solo suena a burla, porque lo sabés, porque la palabra “libertad” está escrita hasta en los billetes. Pero lo que nadie sabe es que a vos te invaden las pirañas en el pecho.

A estas alturas te tiemblan las manos. Agarrás el celular, entrás al chat de manera compulsiva, revisás horarios y conexiones, releés los últimos mensajes como si en el desierto de lo escrito fueses a encontrar el agua que ya bebiste. Hacés inteligencia entre redes sociales, te volvés una experta de lo patético y entonces dejás el aparato porque te avergüenza caer tan bajo, solo para volver a agarrarlo y repetir la coreografía siniestra que te tiene de víctima y victimaria.

La otra persona no está, no se conecta, no responde. O está, pero no responde. No importa: estás sola. En este punto tu cuerpo late de manera sincopada y tu llanto ya no tiene consuelo. El estado de indefensión te quita el habla y respirar se vuelve un desafío, cada bocanada de aire dispara una nueva tanda de lágrimas. No sabés qué hacer con vos misma porque no tenés fuerzas para rescatarte de la angustia que te invade y eso que te traería calma no va a llegar, y vas a tener que aguantar, pero ya no sabés cómo agarrarte porque la cordura se volvió resbalosa.

No comés, no dormís, la intimidad de la otra persona es una amenaza. La noche se vuelve fría y espesa. Solo esperás un mensaje con la esperanza de que finalmente valide un universo que estás destruyendo a fuerza de desconfianza. El paracaídas del amor propio no se abre, ya ni lo intentás, te frustra saberte tu peor enemiga. Agarrás el celular y ves borroso por el llanto, pero sabés que no hay noticias. Y eso te frustra y te acuna, te envuelve, te atraviesa y hasta te calma.

Vos ya conocés esta sensación. Nadie entiende a tus pirañas pero vos sí, porque son tus mascotas nocturnas desde que tenés uso de razón. Vos sos esa mujer que ahora teme que la abandonen, perdón, vos sos esa mujer que ahora tiene la certeza infundada y absurda de que la van a abandonar. Pero también fuiste esa joven a la que un novio dejó alguna vez, fuiste esa adolescente a la que nadie escuchaba y, sobre todo, fuiste esa niña que a la noche tenía miedo y se sentía olvidada.

Entonces volvés a esa cama que te cobijó cuando tu cuerpo no superaba la altura de la mesada de la cocina y te mirás a vos misma de pequeña, tapada con la sábana hasta la nariz. El techo es inmenso y vos sos frágil. Es demasiado tarde en la noche como para que estés así de despierta, es demasiado temprano en la vida como para que te sientas así de vacía.

Tu versión adulta quisiera decirle frases con la melodía del amor, como cantando bajito, para que le llegue mejor. Quisieras explicarle que no se preocupe, que va a estar bien, que va a tener amigas maravillosas, que su trabajo se va a poner lindo, que va a ser valorada y va a vivir rodeada de amor. Que no tenga miedo porque le van a pasar sucesos maravillosos, y esta es solo una noche más, que no determinará su futuro.

Pero te quedás en silencio y, sigilosa, te metés en la cama con la niña que fuiste y la abrazás fuerte, porque sabés perfectamente que te necesita para pasar la madrugada. Y porque sabés perfectamente que vas a necesitarla cuando seas adulta y las pirañas te ataquen, y ella con su mano chiquita aparezca para acariciarte con suavidad el pecho y se anime a preguntarte: “¿Te diste cuenta de todo lo que conseguiste?”

3 comentarios en “Pirañas en el pecho

  1. Las pirañas que habitan tu pecho, tal vez, son las mariposas que habitaron tu panza. Ahora desterradas, desorientadas buscan sanar el desarraigo, mutando en lo más destructivo que pueden encontrar.
    Van royendo los restos de amor propio que sobrevivieron, desmembrando la voluntad y arrastrando la construcción de tu propio yo.
    Nadan contra corriente, impulsadas por la tristeza de sentirte nuevamente sola. Pero nunca estas sola, hay amigas, hay vínculos que sanean de a poquito el rio infectado.
    Re visitar al niñx que fuimos nos ayuda a construir el adulto que queremos ser

    Inamable, Deshallada. No, Inefable es un término más acertado.

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